La cara teñida de espanto
con la sangre del martirizado.
El vencedor aplasta
con sus botas de acero
y sella con cremallera
de hierro la boca del desdichado.
Sus labios inmóviles;
su rostro perturbado;
su cuerpo arrebatado,
profanado por la metralla.
La gloria para el vencedor
cimentada sobre la destrucción
y la condena al ostracismo
de los vencidos.
O neno gaveou
polo muro de pedra;
no outro lado
ouveaba a raposa
chamando o seu cachorro.
A raposa
derramaba bágoas
na eternidade,
transformadas co paso dos séculos
en océanos bravos
para os mariñeiros.
O neno mirouna,
mirou a raposa
encollida no chan.
Como tiña mágoa dela
preguntoulle sen reparos:
_ ¿ Raposa, lévasme
contigo que non teño
quen me coide
dende que as túas bágoas
enguliron ó meu pai
que faenaba co sua barquiña
no medio do mar?
No llores más mi amor,
tus lágrimas se cuelan en mis oídos
resonando como cañones.
No llores más mi amor
que tus lágrimas forman cascadas
infinitas, cristalinas,
inmensas como el amor
que yo siento por ti.
No llores más mi amor
recuerda el refugio
donde en las noches de Enero
nos reuníamos tu y yo
para amarnos
en el colchón viejo
de una casa deshabitada,
y sin calefacción.
Migajas de un corazón escorado
al que apenas le quedan latidos que dar.
Un artefacto mal reparado,
con sus válvulas en un estado deplorable,
abandonado y sin esperanzas.
Cosido y remendado cientos de veces
por manos expertas y eficaces,
no existe ya un milagro
que lo pueda reparar.
Pobre corazón desdichado,
herido de muerte, desangrado,
esperando a solas su inminente final.
Bajo la carpa
hablan los huesos
de los desventurados.
Huesos fragmentados,
cada uno con un relato
esperando a ser contado.
Son testigos de la historia,
víctimas de la ocasión
o del infortunio,
compañeros a la fuerza
en una tierra polvorienta.
Bajo la carpa
hablan los huesos,
escuchemos lo que tienen que decir.
