Las orugas no mienten,
rudas escaladoras
se meten entre mis dientes.
Les doy jarabe de aguardiente
entre semana
y un vestido verde limón
para que vengan a verme.
Las orugas no saben bailar,
cuando suena alto el gramófono
se echan a suspirar.
Al llegar la noche tienen frío,
muy comedida las tapo
con una mantita tejida
con un ovillo verde olivo.
Las orugas duermen
en una caja de cerillas,
su sueño liviano
despierta a los ratones
que viven en el armario.
La bondad esquiva
el camino oscuro
del egoísmo;
es hermana del amor,
amiga de la sonrisa,
amante de las palabras
benditas, de las que dan ternura
y erizan la piel.
La bondad
es una mano cálida
en el hombro,
una caricia,
un beso de consuelo
en la mejilla,
una mirada cómplice
a escondidas.
La bondad
se entrega sin dudarlo;
desinteresada
te da todo lo que pidas
y nada te quita;
es el agua
que colma tus manos
para llenarlas de vida.
La semilla que brota
de tu boca rosada,
la quiere mi boca
como alimento que sacie mi voracidad.
Es una semilla
que nace de ti,
del contorno de tus labios,
de lo más profundo de tu ser.
Es la semilla
bañada en la pasión
y en la tibieza
de tu pecho rosado.
Es la necesidad ferviente
de saborearte entre mis labios.
Me levanté de madrugada y entre las sombras, todavía rondando entre la vigilia y el sueño, vi a los viejos sabios vestidos de negro con sus largas barbas blancas. Me tendieron la mano, invitándome a partir hacia lo desconocido. Dubitativa, cogí mi bata y mis zapatillas, caminé hacia la puerta y me fui con ellos. A la mañana siguiente mi cama estaba vacía, mi desaparición se convirtió en misterio.
¿Qué buscas?
Busco en tus ojos
los corales del mar,
la fuerza de las raíces
y la ternura de la madre
amamantando a su hijo
en soledad.
¿Qué buscas?
Te busco a ti
entre un millar.
Única,
imperecedera,
poseedora de gracias
y virtudes por igual.
Te busco a ti
por ser dueña de mis pensamientos,
inspiradora
y profética venus celestial.
